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lunes, 2 de mayo de 2011

Talla 36.


En la época de la prehistoria, y más concretamente en la Edad de Piedra, ya existía un canon de belleza sobre las mujeres. Los hombres elegían féminas con los órganos reproductores muy marcados (pechos, vientre, caderas anchas…) con el fin de que tanto éstas como sus hijos pudieran sobrevivir al alumbramiento; ya que en aquellos tiempos lo importante era la supervivencia y el crecimiento de los asentamientos nómadas.
            Con el tiempo, imperios se fueron formando en distintas partes del mundo, y cada uno de éstos creó su propio canon de belleza basándose en distintas cualidades y haciendo que sus gentes se valieran de todo método a su alcance para adaptarse a él.
            En el transcurso de los tiempos, las cualidades como el amor, la simpatía, la bondad o la armonía han ido perdiendo importancia. El ser humano ha pasado a crear un ideal de belleza casi inaccesible para la mayoría de los integrantes de las distintas sociedades en las que vivimos actualmente. Ideales de belleza que, en muchos casos, pueden crear en las personas que deseen alcanzarlas, graves trastornos alimenticios así como hábitos poco saludables dados a las cualidades meramente físicas que reclaman.
            En el siglo XXI hablamos de unos ideales de belleza que se nos venden bien maquillados en los medios audiovisuales, en las revistas de moda, en las pasarelas o, sin ir más lejos, en los escaparates de cualquier tienda de ropa sin ser necesariamente ésta parte de una gran cadena de moda. Nos entra por los ojos una información claramente equívoca de un canon de belleza raquítico, que defiende figuras con más hueso que carne,  al que nosotros nos empeñamos en obedecer sin ser muchas veces conscientes de lo estúpido que esto resulta.
            Intentan vendernos que lo bello es lo delgado, escuálido, raquítico, esmirriado e insustancial. Y la gente, pobre gente, acepta que es así como debe ser. Se sumerge en mil dietas, deja de comer, se deja llevar por ‘las operaciones bikini’ que nos vienen en las revistas según se acerca el verano, se apunta a un bombardeo si ello implica conseguir entrar en una talla 36.  
            Hoy en día se han dejado atrás todos aquellos cánones de belleza que defendían a una mujer con caderas anchas, que tuviera un cuerpo que mantuviera la simetría y la proporción, pero que tuviera de dónde ser agarrada. Se ha quedado en el olvido aquel tipo de mujer a la que podías coger de la cintura sin notar sus huesos.
            Ha llegado ese momento en el que el ser humano, aún consciente de que defiende un ideal de belleza poco saludable para sí mismo, y que en realidad tiene poco tanto de ideal como de bello, se empeña en hacer todo lo posible por estar a la altura.
            Hemos conseguido que ‘gordo’, ‘obeso’ y otros adjetivos que impliquen meterse con el peso de la gente sean insultos hirientes. Estamos en el punto en el que alguien que pese dos kilogramos más de lo especificado por el canon es digno de ser objeto de burla. Ahora es cuando yo me pregunto, os pregunto: ¿merecerá la pena todo este ridículo circo creado, montado y seguido por nadie más que nosotros mismos para conseguir ser parte de un canon que puede cambiar en cualquier momento?

Lierni

sábado, 9 de abril de 2011


Hacías que me sentara a tu lado en el banco de la máquina de coser. Yo elegía una tela de las que tú me enseñabas, cogía a mi muñeca y te decía cómo quería que fuera su ropa para que tú la pudieras coser. Podríamos pasarnos tardes enteras riendo con nuestras tonterías, cosiendo y diseñando nueva ropa para mis muñecas. Después me ayudabas a vestirlas y me mandabas a jugar.
Yo saltaba de la silla y corría al salón a coger mis demás muñecas. Tú acababas de recoger todas las telas, recogías la máquina de coser y, despacio, te acercabas a la puerta del salón sin que me diera cuenta. Yo me sentaba en el sofá o ponía una manta en el suelo para juga.
Tú te asomabas por la puerta y me observabas sonriendo. Estabas satisfecha porque veías que disfrutaba con el trabajo que habías hecho. Que me hacía feliz el tiempo que habíamos pasado juntas. Que me gustaba estar contigo y que ambas disfrutaramos juntas.
Ya no puedes coser. Yo ya no juego con las muñecas. Tú no te acuerdas de cuando nos pasábamos tardes enteras riéndonos juntas. Yo recuerdo aquellos tiempos entre lágrimas. Tú sigues viéndome como a la niña pequeña que siempre fui para ti. Yo quiero volver a ser la niña que jugaba en tu regazo. Tú no quieres vivir, no así. Yo quiero que sigas luchando, porque por muy duro que sea tener que vivir así, no me imagino cómo sería una vida sin ti. Te quiero, abuela.

sábado, 19 de marzo de 2011

Ready to fall.


Hay veces en la vida en la que una se siente harta.
Harta de vivir, de esperar, de querer y no poder.
Harta de sentir, de no sentir, de no sentirse sentida.
Harta de soñar, de caer, de levantarse para volver a caer.
Harta de pensar que hace bien y meter la pata.
Harta de pretender.
Harta de simular.
Harta de sonreír y querer llorar.
Harta de la música, del color, de las imágenes, del ruido.
Harta del olor, del tacto, de los sentidos.
Harta de estar harta.
Harta, harta, harta.